Revista Clío N° 7 - 1936

REVISTA CLIO JULI'O' DE 1. 936 Publicación bimestral del Centro de Estudiantes de Historia y Geol,\rafia del Instituto Pedagógico. J. Muñoz R. (II Año) Las generaciones y la historia Hay sin duda un elemento esen– cial que es el que hace la historia, y éste no es una parte de aquella, es decir del devenir histórico, sino que se halla fuera de dicho devenir y su devenir propio produce a este otro devenir. Ese elemento esencial es ·el hombre, verdad perogrullesca que parecen haber olvidado los marxistas. Pero no siempre el hom– bre ha tenido «historia»; así ha habido pueblos sin historia, y hay aún actualmente algunos que no la tienen. Puede decirse que la his– toria comienza cuando el hombre ha llegado a cierto grado de evolu– ción espiritual, no cuando empieza a dominar el medio que le rodea, como creen algunos etnólogos, ya que este proceso empieza en el momento en que el hombre utiliza la naturaleza en provecho propio, lo cual se comienza ya en la época paleolítica, en la cual se dan tamo bién las manifestaciones culturales primarias --artes. fetichismo o ani– mismo, técnica del uso de la pie– dra,- sino cuando el hombre ha concebido al universo como una en– tidad que se halla separada «rea– liter» de su espíi:itu y cuando han comenzado las formas elementales de aquel proceso que puede llamarse «sublimación.» (1). Pero esto no es sino el resultado de uno de los ele– mentos fundamentales de la ev0lu• ción del espíritu y en lo cual dicha evolución se revela: la oposición entre las generaciones sucesivas, oposición que no siempre es cons– tante y que nunca toma una forma igual a otra ya anterior. Esta opo– sición en las generaciones puede llevar tanto al progreso como a la decadencia. Pero a veces existe en– tre las generaciones un desacuerdo que es más violento que en otras ocasiones en que también dicho desacuerdo se produce. De esta manera puede conside– rarse que el ritmo de la historia se halla determinado por el de las ge– neraciones. Una sustituye a la otra y la nueva adopta una actitud be– ligerante ante la anterior. Nada se sabe, por ejemplo, de estas luchas en la Edad Media, la cual parece, dada su distancia, los movimientos de un sonámbulo, a pesar de su exuberante riqueza de formas pro– ducidas, pero esto se debe a que la historia hasta ahora ha operado solamente con los productos de una época, para sobre esta base deducir la correspondiente interpretación, y no se ha atendido al producirse del devenir histórico; la lucha de las generaciones se incluye en este

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